LA BATALLA POR LAS RENOVABLES #001
Como todas las publicaciones de Mapas Provisionales de Ecopolítica, este es un documento de trabajo abierto y en bruto, un borrador. Para textos más elaborados véase mis publicaciones en papel y la web https://enfantsperdidos.com/
Intuición de partida (tesis)
En las últimas semanas se han publicado dos textos de alta importancia sobre la cuestión de las renovables en nuestro país. Son contribuciones muy relevantes porque, viniendo de donde vienen, ayudan a resituar el debate de las renovables en su justo quicio: cómo desplegar bien, social y políticamente, un proceso de sustitución tecnológica que no admite moratorias ni retrasos. Ese es el foco que el ecologismo transformador nunca debió perder, y que sin embargo hace años que ciertos sectores del ecologismo han ayudado a desenfocar con una enmienda total a las renovables, o bien de carácter tecnológico, o bien basada en suposiciones de cambio social muy poco realistas.
Los textos son los siguientes:
“Renovables sí, pero no así, ¿entonces cómo?”, firmado por tres miembros de Ecologistas en Acción: Carlos Arribas, Daniel López Marijuan y Rafael Yus Ramos, publicado en El Salto.
“Por las renovables a medida”, de Gorka Laurnaga, miembro de Jauzi Ekosoziala, publicado en la web del sindicato agrario vasco EHNE-Bizkaia.
Ambos textos apuntalan la idea central que vamos a explorar en este mapa provisional: en la disputa por una óptima implantación de las renovables, el ecologismo transformador tiene que jugar un papel funambulista. Al mismo tiempo que trabaja por una descarbonización muy rápida (más rápida que la actual), debe corregir sus desarrollos más lesivos. Todo sin hacer el trabajo ideológico y emocional al fascismo negacionista, algo que ciertos discursos ya impulsan (mayoritariamente, de manera involuntaria).
Nudos (ideas para tomar posición)
La urgencia climática es indiscutible y la descarbonización debe ser una prioridad absoluta de nuestras sociedades.
Las macro-renovables son imprescindibles para la descarbonización de sociedades industriales complejas. Y dada la complejidad sociológica y económica de nuestra geografía humana, muchas se instalarán en espacios sin acuerdos completos o consensos sobre su implementación (espacios polémicos)
Las macro-renovables son globalmente positivas (reducción de emisiones) pero tienen efectos locales ambiguos: algunos positivos y algunos negativos.
Los impactos negativos de las renovables se amplifican por distorsiones propias del sistema económico imperante (capitalismo) y de alguna medida también por el sistema político.
Los impactos (positivos y negativos) alimentan diversos choques entre valores disímiles e intereses contrapuestos.
Los mecanismos existentes de resolución de estos choques de intereses y valores son defectuosos, lo que tiende a generar conflictividad social. Y esta a escalar en fricción política.
La fricción política alimenta un juego territorial de suma negativa: las regiones o territorios con mayor fuerza política buscan rebajar su densidad de renovables a costa de sobrecargar otros territorios. Esta dinámica desborda el espacio nacional, y se juega también en el ámbito internacional (lo que introduce en el debate una variable imprescindible de justicia global).
La fricción política está siendo aprovechada por la extrema derecha negacionista para abolir o rebajar (con cierto éxito) la agenda ecologista.
El debate sobre renovables, por tanto, está instrumentalizado y no es ingenuo. Está, además, plagado de bulos e intoxicaciones. No todos estos bulos e intoxicaciones provienen de la extrema derecha. El ecologismo colapsista y la izquierda retardista también les dan soporte y contenido.
Hipotéticamente, la necesidad de las macro-renovables, su implantación y la gestión de sus impactos podrían ser distintas en otro modelo socioeconómico (menor necesidad energética, mejor implantación, gestión de impactos tendente a minimizarlos).
El nudo 10 plantea una tesis hipotética porque (a) el paso de la teoría a la práctica es previsible que sea mucho más complejo de lo que se presupone…
y (b) además, el margen de maniobra para transformaciones sociales radicales es incierto: tanto por una cuestión temporal (agotamiento del presupuesto de carbono) como por las difíciles lecciones históricas de experiencias de transformación precedentes.
La incertidumbre sobre el cambio social introduce una tensión en el ecologismo entre la reivindicación de otro modelo socioeconómico más idóneo para un despliegue óptimo de las macro-renovables y favorecer la descarbonización en el mundo realmente existente haciendo concesiones. Desde una perspectiva de larga duración histórica, ambas posiciones son necesarias, y se descubrirán como complementarias. Pero en el marco de las coyunturas concretas, marcadas por decisiones urgentes con costes de oportunidad altos, ambas posiciones tienden a generar dilemas que exigen posicionamientos que no son compatibles.
A diferencia de los combustibles fósiles o la nuclear, cuyas infraestructuras pueden concentrarse en puntos muy limitados del territorio, y por tanto invisibilizarse, las renovables son dispersas por naturaleza, lo que multiplica la exposición a sus impactos. Las renovables implican una internalización manifiesta de los costes energéticos de nuestros modos de vida.
Coordenadas de orientación (notas argumentales a desarrollar):
La emergencia climática sigue siendo un diagnóstico subestimado
Una de las cuestiones que más sorprende en algunos de los materiales que el ecologismo anti-renovables está haciendo circular es la casi ausencia de menciones o reflexiones sobre la crisis climática. Pareciera que no nos terminamos de creer que cuando hablamos de emergencia climática la palabra emergencia no es una metáfora: es una interpelación existencial, la alarma de un peligro a vida o muerte, que debería reordenar toda nuestra jerarquía de prioridades.
Por situarnos, hace pocas semanas un grupo de científicos que reúne a algunos de los climatólogos más reputados del mundo publicaron una suerte de estado de la cuestión tras el acelerón climático que hemos conocido en los años 2022-2023, dos años en los que se superaron todos los récords climáticos precedentes. El texto no dice nada que no supiéramos: vamos hacia una trayectoria de 2.7 º en 2100, que no solo nos asegura un siglo XXI repleto de sufrimiento social, desastres sin precedentes y desestabilización política de toda índole, sino que además puede dejar fuera del nicho climático habitable a un tercio de la humanidad al final del mismo, con las implicaciones extremadamente disruptivas que eso tendría.
Si bien el colapsismo es una posición contraproducente (y sin duda pronto veremos como el colapsismo energético, que ha quedado refutado por los hechos, se recicla en colapsismo climático, como ya prefigura la idea de adaptación profunda de Jem Bendell, o ciertas interpretaciones sensacionalistas del real y peligroso riesgo de una ralentización o colapso de la AMOC durante este siglo), el alarmismo y la necesidad de la acción más urgente que quepa imaginar está más que justificado. Esta tesitura impone un imperativo de época: ningún freno o moratoria a la descarbonización es justificable (el tema de si la descarbonización está ocurriendo o no merece su propio mapa provisional, que trataremos pronto; como anticipo, las imágenes de centrales térmicas responsables del grueso histórico de nuestras emisiones siendo demolidas en diferentes comarcas del país deberían ser un buen indicador de que algunas cosas importantes están cambiando).
Los impactos locales ambiguos de las renovables
Los impactos globales de las energías renovables son netamente positivos, ya que reducen emisiones. Esto es un hecho empírico que puede contrastarse en países como el Reino Unido (¡cuyo nivel de emisiones hoy es similar al de 1879!) o en la Unión Europea (un 8% de reducción en el año 2023, la mitad achacable al impulso a las renovables). Aunque el cálculo está sujeto a polémica, esta tendencia a la baja de las emisiones incluye las importaciones: Europa se descarboniza de modo absoluto y no solo de modo relativo barriendo sus emisiones debajo de la alfombra de las fábricas de Asia. Y pronto, si no hay un escenario de regresión política (cuyo hito fundamental son las elecciones presidenciales de EEUU del próximo noviembre), la reducción de emisiones será un hecho contrastable a nivel global gracias al impresionante avance de las renovables en la generación eléctrica china, el mayor emisor bruto del mundo. Que según informaba Carbon Brief, puede llegar este mismo año 2024 a su pico histórico de emisiones, adelantándose casi un lustro a los escenarios más optimistas.
Sus impactos locales son, sin embargo, ambiguos: los hay positivos y negativos.
Impactos positivos:
-generación de empleo local (puede ser alto en la fase constructiva, pero es muy bajo en el mantenimiento -he aquí uno de los problemas para su aceptación social-).
-generación de riqueza local si existen mecanismos redistributivos.
-reducción de costes energéticos, tanto para consumidores como para la industria local (este es un proceso de escala nacional que puede tener repercusiones locales positivas con la regulación política adecuada).
-mejora en algunos casos de la biodiversidad local, como con un buen manejo de la eólica marina (gracias a la creación de facto de santuarios libres de pesca), de la agrovoltaica, o incluso en instalaciones convencionales cuando estas permiten que suelos degradados por décadas de extractivismo agrícola descansen y se regeneren.
Impactos negativos:
-interferencia con otras actividades económicas.
-disrupciones paisajísticas.
-afecciones a la biodiversidad local en algunos casos (por ejemplo, mortandad de aves provocada por aerogeneradores).
Estos impactos provocan choques de intereses, pero también de valores, que están alimentando la conflictividad territorial alrededor de las renovables.
Los choques de intereses, en un plano amplio, implican por un lado el interés general en la descarbonización, acompañado del interés nacional en el abaratamiento de los costes energéticos, frente a los intereses de las regiones o territorios que se consideran víctimas de la transición energética. En un nivel más detallado, se observan choques de intereses particulares entre diferentes actores: empresas constructoras y eléctricas que extraen beneficios de una instalación; empresas de sectores afectados negativamente por una instalación (sector primario, turismo rural); propietarios de terrenos beneficiados y propietarios de terrenos excluidos de los beneficios; perspectivas de ingresos municipales…
A su vez, estos choques de intereses están atravesados por choques de valores: importancia concedida a la agenda climática; importancia concedida a las afecciones a la biodiversidad; discrepancia en cuestiones paisajísticas, estéticas y patrimoniales; discrepancias sobre el modelo socioeconómico y político envolvente; discrepancias técnicas sobre el papel de las renovables en el mix energético futuro.
Los impactos negativos de las renovables se amplifican por las distorsiones que introduce nuestro sistema económico y político
Resulta poco discutible que en una formación socioeconómica capitalista un ciclo de inversión tecnológica y en infraestructuras tan colosal como el que requiere descarbonizar el mundo en menos de tres décadas vendrá asociado a diferentes consecuencias perversas, que son inherentes a los grandes procesos de acumulación dirigidos por la iniciativa privada, y que amplificarán los impactos negativos de las renovables: concentración de propiedad, extracción de plusvalía, creación de burbujas, sobredesarrollos especulativos, captura oligárquica de élites políticas, primacía de la lógica del beneficio a corto plazo, incentivos para externalizar costos cumpliendo a la baja las normativas de seguridad laboral o medioambiental… Este paquete genérico toma forma específica en cada país en función de las particularidades históricas de los diferentes capitalismos nacionales, así como de sus marcos político-jurídicos. En el caso de España, cabe destacar cuatro elementos: un capitalismo con una cultura inversora orientada hacia la construcción (vivienda o infraestructuras), un sector empresarial energético de carácter oligopolístico (que sin embargo la penetración de las renovables está logrando diversificar), los vasos comunicantes entre caciquismo local, promociones especulativas y corrupción; un marco administrativo como el autonómico, que distribuye las competencias reguladoras entre diferentes niveles administrativos (la ordenación territorial, por ejemplo, es de competencia autonómica, y en España la figura de un Plan Nacional de Ordenación del Territorio sería inconstitucional).
El problema que está surgiendo con los centros de datos en España ejemplifica bien este tipo de consecuencias perversas inherentes a la lógica del mercado: la economía capitalista, cuyo motor es la agregación de inversiones privadas en competencia ciega entre sí, presenta dificultades estructurales para que los procesos económicos conozcan un ordenamiento racional y una planificación coherente. Por eso toda oleada de desarrollo creativo de nuevos sectores o industrias es también un tsunami destructivo de riqueza potencial desperdiciada, iniciativa empresarial perdida y cohesión social tensionada, que deja su propia huella ambiental. Ante el abaratamiento de los costes energéticos que suponen las renovables, España (y especialmente algunas regiones) está conociendo una proliferación descontrolada de proyectos de centros de datos, que exigen un alto consumo energético constante así como mucha agua. Estos proyectos ya están desbordando las directrices del PNIEC e incrementando la demanda de energía renovable proyectada por el gobierno. Lo que puede animar a alargar la vida de las centrales de ciclos combinados de gas, o como ya se escucha en el caso de otros países, construir nuevas plantas nucleares. A este problema se le suma otro de fondo más grave: ni siquiera es seguro que todos esos nuevos centros de datos vayan finalmente a ser iniciativas económicas viables o funcionales. Es posible que las presiones al alza sobre nuestro sistema energético respondan a un espejismo, a una suma de expectativas falsas de raíz especulativa. En el capitalismo, lo que separa una inversión real de la mera especulación nunca es algo que se pueda saber ex ante, sino que se descubre ex post, cuando el daño puede estar hecho. Probablemente todo sistema económico padecerá siempre una tensión de incertidumbre entre sus decisiones de inversión futura y sus resultados. Pero en el capitalismo se agudizan porque su patrón de funcionamiento está institucionalmente centrado en la competencia.
Siendo dolorosamente conscientes de todo ello, la pregunta que el ecologismo debe plantearse es qué posibilidades tiene de impulsar la descarbonización que necesitamos fuera del capitalismo. La otra cara de esta pregunta es si un maximalismo ecosocialista, que no transija a entenderse con el mundo realmente existente para hacer avanzar un programa de descarbonización, no es un lujo ideológico propio de privilegiados que no nos podemos permitir.
La necesidad de las macrorrenovables para una descarbonización realista
Las macrorrenovables son imprescindibles si queremos compatibilizar sostenibilidad con los niveles de complejidad social modernos. El autoconsumo es importante, pero no llega. Diversos estudios apuntan a que el desarrollo del autoconsumo tiene un techo situado en un rango que está entre el 20 y el 30% de nuestras necesidades eléctricas actuales. Por ejemplo, este estudio sobre Valencia apunta que una expansión masiva de fotovoltaica en tejados podría cubrir entre el 29 y el 37% del consumo eléctrico de la ciudad. Héctor Tejero y yo, en el capítulo del libro Madrid, ciudad de 15 minutos, hicimos un cálculo a brocha gorda para Madrid y obtuvimos resultados parecidos. Algunos estudios dan rangos algo más elevados. Pero aquí se enfrenta un problema: son estudios pensados para los sectores residencial y comercial, altamente electrificados, que dejan fuera sectores como la industria o el transporte que hoy dependen de motores de combustión o de calor fósil que deben ser electrificados en tiempo record si queremos descarbonizar nuestra economía. Por lo que si el autoconsumo con la demanda eléctrica actual ya es insuficiente, lo será más con la previsible expansión de la electricidad en nuestra matriz energética.
El autoconsumo comunitario en tejados, cuyo despliegue presenta sus propios problemas sociales (cualquiera que conozca lo que son las comunidades de propietarios y sus dinámicas realmente existentes puede imaginarse una lista de dificultades muy usuales) no basta para descarbonizar una economía como la española. El uso de infraestructuras antropizadas o espacios degradados, siendo una opción interesante, no puede hacerse cargo por sí sola de la magnitud de la descarbonización. Entre otras razones, porque puede ser una vía antieconómica o técnicamente muy difícil de llevar a la práctica (las renovables necesitan aprovechar los puntos de conexión y las líneas de evacuación eléctrica ya existentes para ser rentables).
Es verdad que la electrificación general de nuestros consumos energéticos va a suponer un inmenso ahorro de energía en términos de uso final. El dato descorazonador de que el 80% de nuestra energía primaria siguen siendo combustibles fósiles se vuelve menos inabordable cuando se complementa con el hecho de que casi dos tercios de esta energía primaria se pierden, porque una matriz energética fósil es intrínsecamente derrochadora. Esta imagen de la matriz energética alemana del año 2017 es impresionante:
Por contrastar, si una matriz energética fósil aprovecha apenas un tercio de sus inputs energéticos, en una hipotética matriz 100% renovable electrificada se aprovecharía más de un 80% de los inputs energéticos. Al perder mucha menos energía útil, la matriz energética renovable podrá hacer lo mismo o más con menos: aunque esta ventaja desaparecerá a la larga si el incremento de la demanda sigue creciendo exponencialmente (de ahí la necesidad de una economía poscrecimiento de estado estacionario).
Con todo y ello, los niveles actuales de complejidad social, tecnológica y económica requieren de macro-renovables. Y hemos de hacernos cargo de ello, especialmente si abogamos por una transición justa (de fronteras para dentro, y especialmente también en lo global). Los territorios debemos internalizar en la medida de lo posible los costos y los impactos de nuestros modos de vida en todas las escalas: en la nacional (en la que la economía española debe asumir buena parte de la producción energética que hoy se importa en forma de fósiles, en no pocas ocasiones con un origen en zonas de sacrificio) y en la regional (donde regiones que son auténticos sumideros energéticos, como Madrid, Catalunya o Euskadi deben producir mucha más energía en la medida de sus posibilidades, en parte aprovechando sus extensas superficies construidas para autoconsumo, pero también con macro-renovables).
Desde una perspectiva distinta, una parte del ecologismo argumenta que la complejidad social moderna es el problema. La alternativa, un decrecimiento drástico. Casi un retorno a pautas de vida preindustriales basadas en tecnologías sencillas, comunidades pequeñas y economías rurales. Por supuesto, esto es un arquetipo simplificado, y cabe imaginar puntos grises entre la complejidad tecnosocial actual y el Antiguo Régimen. Pero en cualquier caso, mi tesis es que toda descomplejización tecnológica y social que implique un retroceso en la calidad de vida (no una redefinición o resignificación de la misma, que es disputable, sino un retroceso) es una quimera. De primeras, porque un cambio así jamás podrá ser deseado por los cuerpos sociales modernos. Cualquier alternativa al respecto (aunque sea monstruosa, como el incremento de la violencia imperialista o la desigualdad) tendrá mayor apoyo político. Pero en pos de esa alucinación política de rebobinar la sociedad industrial, cierto ecologismo fomenta afectos de rechazo general a las renovables mediante memes ideológicos que dan alas al negacionismo climático.
La fobia de la extrema derecha a la energía eólica
La extrema derecha europea ya ha elegido el símbolo de su cruzada antiecologista: los aerogeneradores. Como constata Malm y el colectivo Zetkin en su libro Piel blanca, combustible negro, el odio de la extrema derecha a la energía eólica ni siquiera es una defensa de intereses que la descarbonización pone en peligro (como el carbón). Más bien se ha convertido en una cuestión identitaria. De hecho, se podría pensar que el negacionismo es el programa de la industria fósil. Pero la política nunca es un reflejo de intereses objetivos. Incluso en países en los que las renovables reforzarían la soberanía nacional (como España) la extrema derecha las rechaza por guerra cultural. Zetkin hace además una interesante analogía. La lógica para rechazar la migración y la eólica es la misma: defender una esencia tradicional (el pueblo, el paisaje) amenazada por una invasión (migrantes, turbinas) promovida por intereses “globalistas” (cosmopolitas, urbanos).
En el libro Retrato de un mundo roto, de El Gran Continent y publicado por Arpa, también hay algunas aportaciones muy interesantes para comprender el rechazo a la energía eólica como uno de los símbolos que le está permitiendo a la extrema derecha abrir en Europa el clivaje ecología (que hasta hace poco era residual). Los siguientes datos están sacados del capítulo “El clivaje de los clivajes Ecología y sociedad en Europa” de Jean-Yves Dormagen, en da Empoli, Giuliano (dir.) (2024) Retrato de un mundo roto. Barcelona: Arpa, pp.15-45. (Metodología: Estudio de Cluster 17 en Alemania, Francia, Bélgica (distinguiendo Valonia y Flandes), España e Italia. combinado con otras encuestas -YouGov-):
1. Frente a lo que reflejaban una mayoría de estudios hace unos años, ya no existe en Europa un consenso fuerte sobre el carácter antropogénico del cambio climático: esta posición alcanza el 69% de la población en España, el 66% Italia, el 49% Alemania, y el 48% Francia. En otras palabras, gracias a la ofensiva ideológica de la extrema derecha, el consenso blando sobre el clima que caracterizaba a Europa se está diluyendo. La UE se está norteamericanizando en temas climáticos. De hecho, el 21% de los franceses considera que se exagera climáticamente.
2. Las cuestiones ecológicas e identitarias forman un mismo clivaje político y cultural: la cuestión ecológica coincide con la división más estructurante de Europa, que es la cuestión identitaria. El escepticismo y el relativismo climático apenas está extendido entre esos clústeres que el estudio denomina multiculturalistas, socialdemócratas, progresistas, solidarios, centristas y enfadados; pero está muy extendido entre liberales y conservadores; y es mayoritario entre social-patriotas e identitarios.
3. La desconfianza hacia las élites y las teorías conspirativas alimentan el rechazo climático.En Francia el 42% aprueba la idea de que las élites globales quieren instaurar una dictadura climática (una posición en clara osmosis con el movimiento anti-vacunas). Los liberales, donde el relativismo tiene peso, no apoyan las teorías conspirativas, pero si los enfadados, situados a la izquierda y convencidos del cambio climático antropogénico. Hay mayor presencia del conspiracionismo antiélite en clústeres de clase trabajadora y media-baja.
4. El sentimiento que está siendo predominante en Europa es que la transición está siendo injusta. La afirmación de que “la sobriedad energética se impone al pueblo y no a las élites” tiene una aprobación del 76% (solo minoritaria en socialdemócratas, centristas y liberales). Las medidas que reciben apoyo son aquellas que no cuestan nada a los afectados, o pueden pagar otros (por ejemplo, los impuestos a grandes empresas, que cuentan con aprobación mayoritaria). Hay a su vez un rechazo abrumador en todos los países a las políticas de reducción de la velocidad en autopistas, con mayorías integrales en los clústeres de derechas.
5. Los clústeres de izquierdas están más dispuestos a asumir costes por el clima, pero hasta cierto punto. Solo el 55% de los socialdemócratas franceses, el 41% de los solidarios y el 44% de los centristas aprueban la eólica cerca de casa pese a su apoyo mayoritario a las políticas climáticas. Progresistas y socialdemócratas rechazan mayoritariamente las limitaciones a la aviación (algunos grupos relativistas o escépticos estarían dispuestos a esta medida porque apenas viajan en avión). La disposición a vivir en un piso frente a una casa individual obtuvo un 77% de rechazo (también entre los grupos de mayor compromiso climático).
Como cualquier estudio sociológico, sus resultados, y más desconociendo sus tripas metodológicas, deben ser tomados como indicadores de tendencias más que como una foto fidedigna. Con todo y ello, muestran un panorama claro en el que las primeras tibias aplicaciones de la descarbonización en políticas concretas están generando un malestar que la extrema derecha canaliza con su oposición a las renovables. La desorientación de una parte del ecologismo transformador es tan grave que, en vez de dar esta batalla ideológica, parece que prefiere hacer el trabajo emocional al fascismo negacionista.
El papel del ecologismo: luchar por renovables deseables, entre la espada de la extrema derecha y la pared del capitalismo verde
Que la extrema derecha haya elegido la eólica como diana predilecta no significa que el ecologismo transformador deba dar un cheque en blanco a cualquier proyecto de eólica. Pero sí que exige cautela a la hora de plantar algunas batallas o fomentar algunos discursos. Debemos entender que la descarbonización es una política de artificieros: anular la fuente de la riqueza y de los privilegios, pero también la base del funcionamiento material de la normalidad que ha sostenido el mundo durante 200 años, es una operación política de alto riesgo. Que siempre está a un par de errores de detonar en barbarie y regresión. Hay que trabajo con extremo cuidado político.
Y para trabajar con cuidado, la clave es asumir que los marcos normativos y regulatorios, así como la capacidad de supervisión del Estado, incluso operando sobre una economía tan compulsiva e irracional como el capitalismo, importan. Pueden hacer que las renovables tengan efectos territoriales muy distintos. El ecologismo debe estar en esa pelea de nivel macro. De hecho, la tarea que debería ocupar buena parte de las energías del ecologismo es disputar diversas fórmulas que puedan impulsar un círculo virtuoso entre energías renovables y territorios: volver las renovables deseables. Estas deben incluir por supuesto políticas públicas, pero también iniciativas más diversas, como la divulgación de ejemplos de buenas prácticas en instalación de renovables, sensibilización ciudadana sobre la importancia de la descarbonización, investigación científica sobre los límites y las posibilidades de un sistema 100% renovable, lucha ideológica y mediática frente a las tesis y las narrativas del bloque histórico fósil o ejercicios de construcción de nuevas estéticas que puedan ayudar a resignificar simbólicamente un paisaje, rural y urbano, en el que la energía debe regresar a nuestro horizonte visual.
De hecho, incluso hoy, con condiciones socioeconómicas y políticas muy mejorables, las buenas prácticas no son inexistentes. Este informe de ECODES recoge un buen número de ellas para el caso de España. Y las posibilidades de reformas y cambios que logren armonizar las renovables y los territorios son enormes. Una cartografía exhaustiva requiere de otro mapa provisional, pero dejo apuntadas algunas posibilidades
En este artículo publicado en El País, Héctor Tejero expone una suerte de guía metodológica para diseñar políticas que orienten la implantación de las renovables logrando aceptación territorial. Lo llama la “regla de las tres Ces”: comunicación, cooperación y compensación.
Algunas otras posibilidades, que ya han entrado a formar parte de los programas electorales de algunos partidos políticos nacionales como SUMAR, son medidas que tiendan a impulsar el desarrollo socioeconómico de las regiones que acogen los desarrollos renovables. Por ejemplo, un fondo soberano, similar al fondo noruego del petróleo, que sirva para invertir en procesos de desarrollo industrial en la España vaciada. O una reforma del mercado eléctrico que permita abaratar la tarifa eléctrica en las zonas próximas a grandes instalaciones, lo que puede ser un incentivo para atraer nuevos procesos industriales. El programa de SUMAR también recoge otras medidas interesantes, como la creación de una agencia pública de mediación que garantice que los territorios de instalación de las renovables sean informados y escuchados en un proceso de concertación participativo.
Además, en nuestro país algunas buenas prácticas en materia de transición ecológica con justicia territorial están ya integradas en nuestras políticas públicas. En ese sentido, debe reconocerse la labor del Instituto de Transición Justa del Ministerio de Transición Ecológica, que ha sabido gestionar un proceso que podía ser muy conflictivo, como el cierre del carbón, con medidas que no solo han logrado cubrir los empleos perdidos sino también incentivar nuevos desarrollos industriales basados en las renovables.
En definitiva, las opciones para lograr no solo la aceptación territorial de las renovables, sino en un salto de escala, la demanda territorial de renovables (que es la situación a la que deberíamos aspirar para lograr una descarbonización realmente rápida) son muy variadas. Esta debería ser una de las obsesiones del ecologismo transformador.
A su vez, incluso bajo un buen marco regulatorio habrá proyectos desastrosos. Tocará intervenir en esos casos, en un nivel meso o micro. Pero no es lo mismo que las fricciones concretas que generen las renovables se enfrenten desde una predisposición de necesidad (como la que el ecologismo debería asumir) que desde una predisposición de hostilidad (como la que fomenta la extrema derecha). El debate social cambia de coordenadas.
La primera disposición se opondrá a los casos de malas praxis intentando corregirlos o quizá frenarlos si fuera necesario. La segunda se opondrá por defecto a las macro-renovables, incluso en aquellos casos que destacan por sus buenas prácticas y su simbiosis territorial. Por poner un ejemplo, Ecologistas en Acción ha presentado una serie de buenos argumentos para oponerse al Clúster del Maestrazgo. Sin conocer el caso en detalle y sin posicionarme por tanto de manera firme, el hecho de que una buena parte del macro-proyecto del Maestrazgo se superponga con espacios protegidos de la Red Natura 2000, es de por sí un rasgo que exige como mínimo cautela. Y que bien puede justificar el rechazo y la paralización, o al menos su redimensionamiento. Y si como denuncian algunas voces la evaluación de impacto ambiental ha sido defectuosa, quizá convenga abrir un debate sobre estos procedimientos para mejorarlos (aunque es complicado que esto vaya a tener efectos jurídicos retroactivos).
Sin embargo, en la discusión social que se está teniendo al respecto este verano circularon toda una serie de bulos, o exageraciones malintencionadas, que ayudan poco a que se puedan abordar democráticamente las complejidades inherentes a este tipo de situaciones. De hecho, son los mismos bulos de los que se sirve la extrema derecha de toda Europa, pero esta vez en boca de actores que seguramente, en principio, no comparten esas posiciones ideológicas. Aquí hay un peligro político de primer orden. Soy consciente de que una suerte de condiciones deliberativas habermasianas perfectas es una quimera que no vamos a tener. Como en todo conflicto, cada parte intentará imponer el relato que le convenga. Pero creo que el papel del ecologismo transformador en estas disputas será constructivo o tóxico en función de la línea general que defienda sobre la urgencia y la idoneidad de la transición, así como el respeto a la complejidad del problema. Porque si bien en el caso del Clúster del Maestrazgo los motivos para la oposición son convincentes, o cuanto menos animan a la duda razonable, en otros casos el ecologismo está reforzando posiciones NIMBY incluso en proyectos que podrían ser referentes pioneros en materia de redistribución parcial de la propiedad y acceso popular a las infraestructuras (como está intentando impulsar EH BILDU en Euskadi, encontrándose con una fuerte oposición por parte movimientos anti-renovables).
Haciendo el trabajo sucio a la extrema derecha
El resultado del trabajo de oposición a las renovables que está desplegando una parte del ecologismo es desolador, pero previsible: el decrecimiento no avanza ni un milímetro en la conciencia social. Pero el rechazo a la descarbonización hace su agosto en la opinión pública. El mundo al revés: el ecologismo reforzando el mundo fósil que nos lleva al desastre climático.
Un ejemplo interesante: AfD en Alemania ha hecho de la reivindicación del diésel su medida estrella. ¿Cuándo el ecologismo colapsista insiste en una catastrófica y (discutible) escasez inminente de diésel, qué cree que favorece? ¿El decrecimiento o discursos de acaparamiento y defensa de privilegios fascistas como el de AfD?
Por supuesto que cabe discutir y cambiar muchas cosas del modelo de implantación de renovables. Se ha señalado ya: planificación, compensaciones, formas participación local, incluso el régimen de propiedad si tuviéramos fuerza para ello. Pero esos debates deben darse mientras descarbonizamos. Por utilizar la fórmula de un viejo dilema, si podemos ganar la guerra a la vez que hacemos la revolución, mejor. Pero si no ganamos la guerra, si no descarbonizamos el mundo en tiempo record, no habrá revolución. En este texto (Por un frentepopulismo climático) amplié un poco este argumento.
Asusta pensar que el discurso anticlimático ha prosperado tanto durante la fase teóricamente más sencilla de la descarbonización (el sistema eléctrico), una fase que además ya cuenta a su favor con el hecho de ser económicamente competitiva en términos capitalistas. Cuando vengan las más difíciles, tanto por cuestiones técnicas como por su estructura de costes (el transporte, la industria) las fricciones van a ser colosales. Y el papel del ecologismo, como foco de producción de discurso social de alto peso cualitativo, muy importante.
Para clarificarlo, propongo un experimento mental sencillo: si los pro-renovables fallamos, quizá hagamos de tontos útiles del capitalismo verde, como se nos caricaturiza. Pero si los anti-renovables fallan, harán de tontos útiles del fascismo marrón. Las probabilidades de fallar son además distintas. Una gobernanza posneoliberal de las renovables que introduzca criterios de justicia social y territorial es, sin duda, muy difícil. Lo estamos viendo. Una regresión de masas voluntaria a modos de vida preindustriales, o compatibles con tecnologías humildes, es sencillamente imposible. A su vez, una revolución socialista inminente que acabe con el capitalismo (verde o marrón) es un horizonte político extremadamente improbable: mi posición personal es que es una alucinación activista creer que en los 25 años que tenemos para descarbonizarnos vamos a ser capaces de construir ese socialismo que no pudo implantar el movimiento obrero en dos siglos.
Otras notas argumentales que serán expuestas en el mapa provisional La batalla por las renovables #002:
Las renovables y la España vaciada: ¿llueve sobre mojado?
Planificación: del eslogan a la práctica hay un trecho
Delirios autárquicos e hipérboles peligrosas
El falso conflicto renovables-agricultura
Sobre afecciones paisajísticas
Hic Sunt Dracones (dudas):
-El abaratamiento de las energías renovables las ha convertido en una opción rentable dentro de las propias reglas de funcionamiento del capitalismo. Eso introduce en los planes de descarbonización eléctrica una potencia histórica bastante arrolladora, la de las fuerzas del mercado. Por eso el ecologismo transformador debe estar muy atento a las tendencias de la coyuntura y adaptarse a ellas. ¿Cabe pensar que en algún momento convenga dejar de poner el acento en la necesidad imperiosa de las renovables y podamos preocuparnos exclusivamente por su correcta implementación? Por usar la metáfora de la guerra y la revolución: ¿podemos esperar una situación en la que quede claro que la descarbonización ha ganado la guerra y sea lícito centrar esfuerzos en impulsar la revolución del sentido social que damos a una matriz energética renovable? Es posible que así sea. Y será sin duda una situación muy deseable. Pero con un negacionista del clima a las puertas de la Casa Blanca, con las posiciones anticlima ganando terreno en Europa elección tras elección, ese no es todavía nuestro momento.
-En el Estado español el planeamiento territorial es competencia autonómica. Por eso, como se afirmaba, un Plan Nacional de Ordenación Territorial sería un instrumento inconstitucional. Sin embargo, una matriz energética renovable desborda en sus impactos el territorio autonómico. La disyuntiva entonces que se nos abre es la siguiente: ¿aspirar a un proceso constituyente - o al menos de reforma constitucional- que recentralice competencias de ordenación territorial o bien construir algún tipo de instrumento de coordinación entre Comunidades Autónomas? La primera opción es un camino indeseable por las otras muchas implicaciones que esto tendría para un Estado que todavía reconoce de modo muy defectuoso su realidad plurinacional, además de ser una opción políticamente poco factible. Respecto a la segunda, la experiencia nos dicta que este tipo de espacios de cooperación autonómica son, en el mejor de los casos, una jaula de grillos (baste ver las dificultades asociadas al sistema de financiación autonómica).
Rutas para seguir explorando (otros enlaces de interés):
Juan Requejo. La energía regresa al territorio:
La etnografía de Jaume Franquesa Molinos y gigantes: no comparto todas sus conclusiones, pero sin duda se trata de un trabajo etnográfico muy detallado que permite entender los pormenores y los intereses en juego que las renovables activan en un territorio.
Entrevista a Andrea Malm en la vanguardia sobre la fobia de la extrema derecha a la eólica: https://www.lavanguardia.com/dinero/20240606/9697255/andreas-malm-energia-eolica-extrema-derecha.html
Sobre bulos energéticos y fake news anti-renovables, leer el imprescindible libro de Pedro Fresco, Energy Fakes.