Como todas las publicaciones de Mapas Provisionales de Ecopolítica, este es un documento de trabajo abierto y en bruto, un borrador. Para textos más elaborados véase mis publicaciones en papel y la web
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Intuición de partida (tesis)
En un texto corto y magnifico publicado en Corriente Cálida, Bill McKibben llamaba la atención sobre las implicaciones de un segundo mandato de Trump con unas palabras que, aunque pueden sonar hiperbólicas, tienen algo de desconcertantemente exacto: "Una segunda ración de trumpismo podría provocar un impacto que se percibiría en el registro geológico durante milenios".
Estamos a pocos días de unas elecciones muy reñidas, casi en empate técnico según las encuestas, que concentran muchos de los dilemas existenciales de unos años que serán decisivos en la historia de la especie. Al ecologismo nos interpelan de modo especial con dos cuestiones interrelacionadas que conviene problematizar (pero que son puntos ciegos comunes en el espectro de la izquierda transformadora, y que tienen que ver, en última instancia, con las dificultades de la psicología social activista y la cultura política antagonista para entender los procesos de construcción de hegemonía):
a) ante la posible victoria del fascismo fósil, quizá hemos convertido al capitalismo verde en un enemigo prematuro.
b) de modo más general, (a) es síntoma de inmadurez política colectiva, de una falta de sabiduría para entender que la política es un juego de alianzas incómodas (según el magnífico de texto de José Luís Rodríguez).
Este mapa provisional profundizará en estos dos problemas con el encuadre particular que ofrecen las elecciones de los EEUU, sabiendo que las replicas de lo que suceda allí terminarán llegando a nuestra propia esfera política.
Nudos (ideas para tomar posición)
1. Las elecciones en EEUU nos afectan decisivamente (especialmente a los países del campo occidental), aunque no tengamos ningún control sobre ellas.
2. Por volumen de emisiones, por responsabilidad histórica y por influencia tecnológica, militar, económica y cultural, el liderazgo climático de los EEUU es imprescindible para estabilizar el clima del sistema terrestre.
3. Estas elecciones, como casi todas ya, son un plebiscito climático, pero este es de alcance planetario. Su resultado marcará la trayectoria climática del mundo.
4. Lo que vale para el clima vale para otros asuntos de extrema gravedad, desde el desarrollo de la Inteligencia Artificial hasta la geopolítica global o la incipiente regresión autoritaria de la democracia.
5. La política climática de Biden ha sido mejorable. Pero al mismo tiempo, y en contraste con la primera administración Trump, ha supuesto un avance histórico. Y ha sentado las bases estructurales para una descarbonización de la economía EEUU, y por efecto arrastre, de la del resto del mundo.
6. La victoria de Trump supondría el golpe de gracia definitivo a los objetivos más ambiciosos del acuerdo de París. La próxima semana podremos dar definitivamente por perdidos esos 1,5º que hace años que parecen desdibujarse como una utopía inalcanzable.
7. En la segunda mitad de los años veinte del siglo XXI la política climática solo puede acelerar. El Partido Demócrata, al menos, ha sentado las bases para hacerlo y deja abierta esa posibilidad. La victoria de Trump supondría un retroceso y un desmantelamiento de la misma justo cuando necesitamos un esprint. Si el clima te importa (y debería importante), pocas elecciones ofrecen una disyuntiva tan clara entre el bien y el mal.
8. Pero esta disyuntiva se ve desdibujada cuando el espacio político ecologista se marca objetivos maximalistas, en base a errores teóricos y analíticos, que desdibujan la frontera del amigo-enemigo: si el enemigo es el capitalismo verde, entonces votar en unas elecciones, en EEUU en España o en Japón, da un poco igual porque ningún partido ecosocialista tiene la más mínima posibilidad de ser electoralmente competente.
9. El problema es más grave porque el capitalismo marrón, que sigue siendo omnipresente, está mutando ante nuestros ojos en un fascismo fósil que puede llegar a imponer una regresión autoritaria de nuestros sistemas democráticos y amenazar nuestros derechos fundamentales más básicos. Los años veinte parecen una suerte de remake de la tragedia del Tercer Periodo de la Internacional Comunista. Con la singularidad de que este retorno de algo que se parece al fascismo no está respondiendo a ninguna amenaza revolucionaria.
10. En el ámbito ecologista este desdibujamiento de la línea amigo-enemigo resulta especialmente injustificado porque un ecologismo que de verdad ha comprendido las implicaciones de la contrarreloj climática no debe replegarse en las trincheras de la espera de tiempos mejores. La conciencia climática es incompatible con la paciencia histórica en que ha solido refugiarse la izquierda radical. A diferencia de lo que decía Debord del proletariado de los sesenta, el pueblo del clima no puede aprender a esperar.
11. La candidatura demócrata está sufriendo un desgaste importante por parte del ala izquierda de la base de apoyo electoral que permitió derrotar a Trump en 2020. Las razones del desgaste son comprensibles: fundamentalmente, la posición de la administración Biden con el genocidio israelí en Gaza, que se ubica en algún punto entre la impotencia y la complicidad.
12. Con todo y ello, la izquierda transformadora debe contar con las herramientas analíticas, cognitivas, morales y políticas para romper la trampa de los dilemas perversos en los que a nuestros enemigos les gusta encerrarnos, pues no dejan de ser otra forma de desactivación (quizá la más inteligente por su parte).
13. A otra escala, y con otras implicaciones menos importantes en lo global, pero que nos tocan más cerca, los dilemas inherentes a la política de alianza entendida como política de triaje, política del establecimiento de prioridades, política que asuma el “fin de la paciencia” (en palabras de Xan López), política en definitiva dispuesta a tomar posiciones en condiciones muy desfavorables para su propia autoproyección moral, lo estamos viviendo también en España con los límites del gobierno de coalición progresista. Urge romper este círculo vicioso de desencanto progresista.
Coordenadas de orientación (notas argumentales a desarrollar):
Las elecciones de EEUU importan
Prestar atención a las elecciones en EEUU no es solo un producto de nuestra subalternidad cultural. La contienda electoral del próximo 5 de noviembre importa. Aquí abordaremos solo la cuestión del clima, pero el mismo sentimiento de que se está lanzando una moneda al aire que determinará décadas se siente también en otros ámbitos, desde la regulación de la IA hasta la desintegración, quizá irreversible, de la democracia liberal.
Por el diseño del sistema político de EEUU, esta encrucijada se da con dos particularidades. Debido a sus mecanismos de contrapesos internos, Trump puede dejar una impronta mucho más profunda en política internacional que en política doméstica. Como escuché al periodista John Carlin en el Festival de les Humanitats de Denia la semana pasada, es realmente injusto que el resto del mundo no podamos votar en las elecciones estadounidenses. La segunda particularidad es que debido a su sistema electoral, grandes cuestiones como la viabilidad de Ucrania como Estado soberano, la posibilidad de que Israel pueda acelerar todavía más si cabe su política genocida sobre Palestina o que los 1,5º puedan seguir siendo un objetivo climática mínimamente factible las van a decidir un puñado de votos residuales en sitios geográficos muy pequeños. Dada la segmentación de género de estas elecciones, las mujeres de Pensilvania pueden tener en sus manos el futuro de la humanidad. Probablemente esta visión tiene algo de eurocéntrica o exagerada: el mundo ya no es un tablero en el que EEUU juegue solo. Lo que se decida en Pekín, en Bruselas o Nueva Delhi influye. Pero es indiscutible que EEUU sigue siendo el actor protagonista del drama humano, y el que marca las tendencias generales, especialmente en el espacio occidental.
Y más allá de interesarnos por lo que nos afectará decisivamente, aunque no tengamos ningún control sobre ello, analizar lo que está en juego en EEUU tiene sentido porque las réplicas van a sacudirnos, más tarde o más temprano, en nuestra propia esfera política. Las sucursales políticas del trumpismo en España están esperando recibir el viento de cola que ofrece la Casa Blanca a su proyecto político en todo el globo. La gestión trumpista de la devastadora DANA del País Valencià, y especialmente el modo en que las alimañas negacionistas han intoxicado la opinión pública española haciendo estallar una pústula de bulos, mentiras, irracionalidad, lawfare, conspiraciones y miseria humana aprovechando el shock de la catástrofe, da buena cuenta de a qué nos enfrentamos. La fuerza que podría tomar el “partido de la muerte” (César Rendueles) en nuestro país si Trump gana debería asustar no solo a la izquierda, sino a cualquier persona de derechas que fuera mínimamente liberal o sencillamente racional y decente.
Los efectos climáticos de una vitoria de Trump: la muerte de los 1,5º
Hace unos meses Carbon Brief publicó un informe donde hacían una extrapolación a futuro del impacto comparados de las políticas de un segundo mandato de Trump y del entonces candidato demócrata Biden en las emisiones de los EEUU y por tanto en el futuro del mundo (con el supuesto conservador de que los demócratas no añadiría nuevas políticas climáticas en el próximo mandato). La metodología del informe está sujeta a diferentes incertidumbres y presupuestos, que según nos advierten sus autores, pueden infravalorar o sobrevalorar el impacto climático de la victoria trumpista.
Los principales resultados del estudio son los siguientes:
-La victoria de Trump supondría 4.000 millones de toneladas adicionales de CO2 a la atmósfera en 2030 (una gigatonelada por año). Esto equivale a sumar a la cuenta de carbono del mundo, en una sola legislatura, los impactos anuales actuales de Japón y Europa juntos.
- Dicho de otro modo, las 4 GtCO2 adicionales de un segundo mandato de Trump anularían todos los ahorros de emisiones ligados a las energías renovables del mundo en los últimos cinco años multiplicados por dos. En otras palabras, la victoria de Trump nos haría retroceder una década si el ritmo de implantación de los próximos cinco años se asemejase al del último lustro.
-Según el propio sistema de cálculo del gobierno estadounidense, este aporte extra de CO2 a la atmosfera causará daños valorados en 900.000 millones de dólares, que es aproximadamente la pérdida del PIB de Suiza.
-Estados Unidos incumpliría su compromiso climático global, ya que las emisiones en 2030 solo se reducirían un 28% respecto a 2005 (el objetivo actual es 50-52% y las políticas de Biden proyectan un 43%).
-Más allá de EEUU, la elección de Trump supondría la reversión de una tendencia global por parte de uno de los polos de mayor influencia política de La Tierra, por lo que puede funcionar como un incentivo perverso para replicar procesos similares en otras naciones. De hecho, el Proyecto Liderazgo 2025 contempla de modo explícito que EEUU deje de “obstaculizar el desarrollo de los proyectos de combustibles fósiles en los países en vías de desarrollo”. La reacción anticlimática de Trump tendría un fuerte peso como hito simbólico que puede herir la credibilidad del proceso de descarbonización justo en el momento en que es extremadamente necesario que los grandes fondos de inversión del norte global depositen su capital en impulsar la descarbonización en los países del Sur global.
Independientemente del impacto preciso, que está sujeto a muchas variables, si Trump logra desmantelar con éxito el legado climático de Biden, especialmente la ley IRA, puede darse casi por seguro que perderíamos cualquier opción de situar el calentamiento global por debajo de 1,5º a finales de siglo (un objetivo que ya es extremadamente difícil).
Las elecciones de los EEUU van a ser además un plebiscito climático bastante transparente. Servirán para medir la importancia que el pueblo americano otorga a la cuestión climática. Y es que en ningún caso las políticas anticlima de Trump son parte de una agenda oculta. Al contrario: son un elemento de refuerzo central de la identidad política del trumpismo. El candidato republicano no se ha cansado de anunciar que su primera orden presidencial va a ser “perforar, perforar y perforar”. La lectura de su hoja de ruta, el Proyecto Liderazgo 2025, nos arroja algunos detalles más concretos de este cheque en blanco al capital fósil norteamericano: frenar o revisar la ley IRA, desmantelar la Oficina de Justicia Medioambiental y Derechos Civiles Externos de la EPA, eliminar las referencias al Cambio Climático en la estrategia de defensa del Pentágono, desarrollar los recursos fósiles del país, revertir buena parte de la normativa medioambiental federal o abolir la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, la agencia responsable de responsable de medir, monitorear y modelizar las dinámicas medioambientales del país.
Es sabido que el campo de la política tiende a traducir las múltiples tensiones y conflictos inherentes a las relaciones de poder que atraviesan una sociedad a código binario (amigo-enemigo), una decantación de lo complejo a lo simple que termina conformando grandes bloques agrupados por programas de mínimos. Por mucho que observados en mirada de alta resolución los intereses, las expectativas y por tanto los roces entre grupos sociales sean mucho más complejos, y admitan todo tipo de matices y de tensiones multilaterales, a la hora de la verdad la propia naturaleza del conflicto político, tanto por el coste de oportunidad de la derrota como por los imperativos de eficacia que impone una hipotética victoria, obligan a bajar la resolución de nuestra mirada. Y nos empujan a todos a este tipo de fenómenos de agrupación en dos bandos. El diseño bipartidista de muchos sistemas electorales (el de EEUU es un ejemplo paradigmático) se adecua y a la vez refuerza esta querencia espontanea de nuestro cuerpo social hacia la expresión bipolar de sus muchas y plurales tensiones. Esta tendencia a una dialéctica dualista en política se relaja en los momentos de normalidad, cuando la política opera discutiendo sobre consensos estables. Pero se agudiza en los momentos en que la verdad se aproxima a su hora crucial (la famosa polarización). Esto es, en los momentos en los que los consensos se han roto y la política se vuelve más primaria: no un juego con reglas para civilizar la lucha entre diferentes propuestas sino una lucha por escribir las reglas de un juego nuevo. Por supuesto, en la vida real esto es un espectro con muchos tonos de grises. Pero como afirma Moriche, estamos en una época en la que nuestra coyuntura se ha desplazado hacia una polarización existencial: la era en que votar no importaba ha pasado porque los consensos fundamentales se han roto.
En pocas ocasiones el ecologismo se ha encontrado ante una coyuntura en el que el campo binario de lo político delimité con tanta claridad un bando del que formar parte y un bando que combatir como con las elecciones de los EEUU: una bifurcación entre dejar abierta la posibilidad de los 1,5º o cerrarla para siempre. Sin embargo, este tipo de conciencia clara de la situación escasea en los análisis del ecologismo transformador (un síntoma inequívoco de su desorientación estratégica).
Trump 1: primer ensayo del negacionismo en el poder
Una hipotética victoria de Trump nos arroja a un escenario que no es nuevo: contamos con el precedente de su gobierno entre los años 2017-2020. Como defiende Bruno Latour en su libro ¿Dónde aterrizar?, el 1 de junio 2017, con la salida de EEUU de los Acuerdos de Paris, el ecocidio adquirió la categoría de proyecto geopolítico explícito. Con Trump, por primera vez en la historia, la cuestión socioecológica definía centralmente la vida pública de una nación. Pero lo hacía exactamente en el sentido contrario al promovido por el movimiento ecologista en los cincuenta años de lucha precedentes. Su famoso tweet de 2012, en el que afirmaba que el cambio climático era un invento chino para hacer menos competitivo el sector industrial estadounidense, marcó la línea de sus cuatro años de gobierno.
Por su eco simbólico y su alcance global, la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París fue el gesto más llamativo de la ofensiva negacionista de Trump, pero no fue la única. Entre otras, sus líneas de acción fueron las siguientes:
-dio la orden de retomar inmediatamente la construcción de los oleoductos Keystone XL y Dakota Access, suspendidos temporalmente por Obama tras un importante ciclo de conflictos ambientales. Esta orden se trató de uno de sus primeros mandatos presidenciales, apenas tres semanas después de jurar el cargo.
-impulsó un paquete de desregulación para potenciar la industria del fracking y los combustibles fósiles estadounidenses, haciéndolos más rentables (America First Energy Plan y la orden ejecutiva Promoting Energy Independence and Economic Growth). Como detalla Lara Lázaro, este paquete de desregulación implicó la anulación de la legislación que prohibía verter residuos de minería en aguas cercanas o suspender aquella que regulaba las fugas y quemas de metano.
-nombró y promocionó a cargos públicos con responsabilidad de gobierno a todo tipo de perfiles cercanos a la industria fósil (siendo el caso de Scott Pruitt el más relevante, un negacionista climático al frente de la histórica EPA).
-se enfocó en el desmantelamiento normativo y el ahogo presupuestario de las políticas climáticas de la era Obama, especialmente interesantes en su segundo mandato (Plan de Energía Limpia, Plan de Acción Climática)
-se enfrentó legalmente a algunos Estados para limitar su capacidad legislativa de aumentar la ambición climática, como ocurrió con el intento de California de implementar estándares ambientales más altos para los automóviles.
-recortó los fondos destinados a políticas climáticas, tanto los internacionalmente comprometidos, como el Fondo Verde del Clima de Naciones Unidas, como en los presupuestos nacionales. En la propuesta presupuestaria de 2017 se contemplaba una reducción del presupuesto de la EPA de un tercio, el mayor de su historia, incluyendo 3.200 despidos, pero finalmente el Congreso la rechazó. Lo que sí que sufrió la EPA fueron obstáculos y presiones para impedir su influencia directa sobre la opinión pública.
-rebajó los estándares de eficiencia energética y ecológica en la fabricación de electrodomésticos.
Todo este ataque pesado en materia legislativa y presupuestaria se acompañó de una constante guerrilla comunicativa, en la que Trump demostró ser un jugador revolucionario, con hitos como señalar que el ecologismo “estaba fuera de control”, pedir un poco de “cambio climático” un día de fuertes nevadas, declarar la lucha contra los lavavajillas, las cisternas o las duchas modernas, de “las que no sale agua”, o despreciar las bombillas de bajo consumo “que hacen que se te vea naranja”.
Más allá de sus extravagancias, la primera administración Trump fue una probeta política donde se han ensayó la fórmula básica mutación del capitalismo marrón al fascismo fósil: negacionismo climático para alargar la era de los combustibles fósiles y sus fortísimos intereses creados (Estados Unidos posee en su territorio petróleo y gas de esquisto en abundancia) y apartheid climático para externalizar las consecuencias (simbolizado del modo más ominoso en su política migratoria en la frontera mexicana).
Vistos retrospectivamente, muchos de los intentos de la primera administración Trump por implementar una agenda negacionista fracasaron: o bien porque se toparon con obstáculos legales, o con el alto grado de autonomía de los estados y las ciudades norteamericanas dominados por demócratas, o bien porque se impuso la propia lógica del mercado, como ocurrió con su intento fallido de apuntalar el carbón estadounidense, que dejó de ser competitivo frente a las renovables.
El problema es que un segundo mandato de Trump, como apuntaron Oliver Milman y Dharna Noor en The Guardian, ya no sería un ejercicio caótico por parte de un outsider que desconoce los entresijos de la administración y los laberintos del Estado Federal, sino un programa metódico, quirúrgico y bien planificado, asesorado por los principales think tanks conservadores del país, que tendría a su favor una Corte Suprema controlada por los conservadores.
En otras palabras, ante una victoria de Trump el ecologismo o la izquierda estadounidense no podrán alegar desconocimiento. Las formas de sabotaje electoral que suelen ser comunes en la izquierda desencantada con el progresismo oficialista (y cuyo efecto suele ser generar desafección y abstencionismo en la base progresista) conducen a una pesadilla que está en la memoria reciente y tienen muchas heridas aun sin cicatrizar. Lo que se podrá alegar alegar desde estos círculos es que pesaron otras razones u otros afectos. Que hubo una ponderación (más o menos reflexiva o más o menos impulsiva) en la que se prefirió perder los 1,5º que dejar sin castigar la decepción con el gobierno demócrata.
El cubo de Necker ecosocial y la política climática de Biden
El desempeño climático de Biden es indisociable de la fortunas y desventuras el Green New Deal como horizonte de acción climática transformadora. En este artículo publicado en Corriente Cálida (Amarga victoria o dulce derrota del Green New Deal) Héctor Tejero, Xan López y yo mismo hicimos un balance más detallado sobre este proceso histórico: una suerte de revolución pasiva climática que podría llegar a ser estudiada como uno de los primeros pasos decididos hacia la descarbonización de las sociedades industriales, aunque su concreción (como en toda revolución pasiva) quedó muy lejos de las aspiraciones de los movimientos sociales.
La administración Biden ha estado lejos de ser un gobierno climático ejemplar. Sin embargo, empujado por el ala izquierda de su partido (el Green New Deal de Sanders y Alexandria Ocasio Cortez, que canalizaron a su vez la energía del Sunrise Movement y la ola climática juvenil de 2018-2019) logró imponer la política climática más ambiciosa de la historia de los Estados Unidos desde una óptica especialmente interesante, como es la recuperación de una apuesta por la política industrial. Es verdad que los 16 billones de dólares prometidos por Sanders en las primarias y los 3,5 billones prometidos por Biden en su campaña electoral para la Building Back Better, quedaron muy desdibujados, especialmente tras las cesiones que el Partido Demócrata tuvo que hacer ante su propio senador de Virginia Occidental Joe Manchin, vinculado a la industria del carbón. Este logró no solo rebajar la cuantía de las ayudas en un orden de magnitud, sino que introdujo supuestos de financiación federal climáticamente muy discutibles, como el secuestro de carbono en plantas energéticas.
Con todo y ello, la ley IRA es objetivamente la política climática más ambiciosa de la historia de los EEUU: un paquete de incentivos en forma de subvenciones, préstamos y créditos fiscales, cuyo valor inicial se estimó en 369.000 millones de dólares (pero podría alcanzar el billón de dólares ya que son créditos fiscales sin límite) y que abarcan muchos aspectos de la economía economía: energías renovables, vehículos eléctricos, hidrógeno verde, descarbonización de la industria… Además se creó un sistema de monitorización de los cuellos de botella de los proyectos para garantizar su aprobación exprés.
Diversos estudios han proyectado (este de Carbon Brief hace un metaanálisis sintético de diferentes modelos) que la aplicación de la ley IRA reduce significativamente la brecha de implementación de los EEUU en 2030: antes de la ley IRA la reducción de emisiones se estimaba entre un 25% y un 31%. Con la aplicación de la ley IRA, la reducción de emisiones que cabe esperar oscilará entre un 33% y un 40%.
Complementando la ley IRA, el compromiso climático de Biden articuló otro conjunto de medidas importantes:
-Biden reintrodujo a EEUU en el Acuerdo de París, aumentó la ambición climática a 2030 con un 50% de reducción de emisiones (respecto a los niveles de 2005), fijó un objetivo de descarbonización para 2050 y se comprometió a la electrificación integral de la red eléctrica en 2035.
-A su vez, la administración Biden contratacó en el plano normativo y regulatorio, con nuevos estándares de eficiencia energética para electrodomésticos, nuevas normas de la sobre emisiones de metano en instalaciones de petróleo y gas y otras sobre vehículos de combustión.
-Biden además ratificó la Enmienda de Kigali sobre hidrofluorocarbonos en 2022, y la EPA emitió nuevas regulaciones al respecto al año siguiente. Y los Estados más avanzados en materia climática, como California, contaron con el viento a favor de estar alineados con el gobierno federal, logrando algunos desarrollos impresionantes en materia de generación renovable o implementación de baterías.
Es innegable que el gobierno de Biden también ha tenido sombras climáticas. La más llamativa ha sido la aprobación del complejo petrolífero de Willow en tierras federales de Alaska. Por otro lado, por contrastar, a principios de 2024 Biden suspendió la nueva creación de terminales de explotación de gas licuado, recurso fósil del que Estados Unidos se ha convertido en el principal exportador del mundo, y cuyo consumo masivo pone en peligro los objetivos del Acuerdo de París.
¿Cómo explicar esta especie de zigzag entre el desarrollo de la industria fósil y la implementación de una agenda climática coherente? Los motivos son complejos, pero además de lo obvio (el gobierno de Biden no es un gobierno ecologista, es un gobierno demócrata influido por un ala izquierda climáticamente comprometida) podrían resumirse en dos, uno más coyuntural y otro más estructural:
-el coyuntural son los difíciles equilibrios internos de la política estadounidense, donde los intereses del capital fósil se encarnan en enclaves geográficos de alto valor electoral y político. Por ejemplo, el Estado de Pensilvania, uno de los estados bisagra decisivos de las elecciones, cuenta con una potente industria del fracking. Eso explica las loas de Kamala Harris al fracking durante su campaña en Pensilvania, pese a que eso puede socavar el apoyo de la facción más joven e izquierdista del partido.
-el estructural tiene que ver con las propias complejidades de la descarbonización y los claroscuros energéticos a la que nos arroja si se analiza con mirada fría. En este texto (El crepúsculo de la normalidad) intenté desarrollar un poco más esta idea. Básicamente, el mundo fósil declina, pero aun es fundamental para asegurar la seguridad energética y la competitividad económica de un país, especialmente una superpotencia militar. El mundo renovable emerge, pero todavía presenta obstáculos técnicos y políticos que hacen de cualquier sustitución completa un proceso de décadas. En este interregno energético la pulsión de asegurar un suministro fósil sigue siendo una tentación política fuerte, y más en un contexto de competitividad militar exacerbada y alta incertidumbre geopolítica.
Con la política climática de Biden ocurre como con cualquier proceso de transición ecosocial, impulsado por políticas públicas, que deba operar en el mundo realmente existente y no en el plano sin fricción de la literatura revolucionaria y las fantasías ideológicas: es una política condenada a ser, en el mejor de los casos, como un cubo de Necker. El cubo de Necker es esa famosa ilusión óptica en la que la percepción de la profundidad de la figura cúbica es ambigua hasta que el observador decide cómo quiere mirarla. Enfocadas desde los límites planetarios sobrepasados y la gravedad de la emergencia climática, la política de Biden suspende (como casi cualquier política). Sin embargo, enfocadas desde los límites políticos que impone una hegemonía neoliberal muy sedimentada, además con el agravante de venir condicionadas por el primer experimento de negacionismo climático explícito de la historia, las políticas climáticas de Biden contienen éxitos políticos notables.
En ocasiones el ecologismo tiene una mirada de tuerto sobre el cubo de Necker ecosocial: solo destacamos las insuficiencias ecológicas. Cabría preguntarse qué movimiento político puede avanzar y cumplir objetivos a largo plazo, operando en un terreno hostil y lleno de fricciones, si toda la evaluación de su propio desempeño es una suma de suspensos. Una estrategia nefasta, salvo que se tenga fe en que la agudización de las contradicciones, el “cuanto peor mejor”, puede llevar a una suerte de explosión regenerativa total. Esta fantasía mitológica, aunque pocas veces se confiesa de modo explicito, sigue siendo un mecanismo de razonamiento primario tan viciado como peligroso en los imaginarios de la izquierda transformadora.
Del capitalismo marrón al fascismo fósil
La disyuntiva climática que las elecciones estadounidenses ponen en juego debe, a su vez, enmarcarse en un proceso de onda larga de mayor complejidad: la reconfiguración del campo de juego político de las sociedades occidentales, que estalló con la crisis orgánica del neoliberalismo en 2008, pero cuyo sabotaje interno venía gestándose desde la ofensiva neocon de principios del siglo. En la mayoría de las democracias parlamentarias el campo conservador se ha visto rápidamente reconstituido a partir de una integración, y en ocasiones de un nuevo liderazgo, de sus facciones más extremas, antes marginales. Un espacio donde confluyen nostalgias residuales del fascismo derrotado en 1945 y una especie de posmofascismo de nueva forja y carácter plural, que ha podido adaptar los antiguos valores reaccionarios a la disputa por el sentido común mediante un nuevo paquete de miedos, malestares y ansiedades: antipolítica, antifeminismo, antimigración e islamofobia, negacionismo y retardismo climático, irresponsabilidad cívica y fiscal. Un posmofascismo que además resulta ser un fenómeno intensamente superestructural, porque en ningún caso cabe interpretarlo como una terapia de choque de la burguesía ante la amenaza del comunismo o de la lucha de clases.
Esta reconfiguración de las derechas explica que llevemos más de dos décadas de modo implícito, y más de una década de modo explícito, asistiendo a un contrastable e inquietante corrimiento autoritario de las democracias liberales hacia otra cosa nueva: un engendro híbrido que siguen siendo nominalmente democracias constitucionales pero que en la práctica está permitiendo implementar una agenda efectiva de recortes de derechos que creíamos blindados, desde lo laboral a la libertad de expresión o protesta, pasando por los derechos de las mujeres, las disidencias sexuales o la protección medioambiental: Trump, Bolsonaro, Orbán, Meloni, Salvini, Bukele… y fenómenos que responden al mismo tipo de espíritu del tiempo en otras latitudes culturales, como Putin, Modi, Duterte, Erdogan…En todo el planeta, proyectos morales de extrema derecha con un fuerte componente etnonacionalista, y con discursos renovados en los códigos comunicativos y semióticos del siglo XXI, que presentan además una notable coordinación internacional, están accediendo sistemáticamente al poder.
En el ámbito climático, esta gran oleada de extrema derecha coincide con un aumento significativo del negacionismo virulento y organizado (y no hay nada que lo ilustre mejor que los bulos e intoxicaciones sistemáticos vertidos por los operadores de extrema derecha contra la AEMET tras la tragedia climática que ha tenido lugar hace apenas dos días en el País Valencià). El posicionamiento anticlimático de esta internacional reaccionaria responde tanto a una cuestión de blindaje de los intereses del capital fósil, que han encontrado en este bloque histórico el condotiero que puede impedir la descapitalización de sus activos varados, como también a razones de índole puramente ideológica: haber convertido el clima en un clivaje de guerra cultural que permite interpelar y politizar todos los afectos y agravios que el proceso de transición va a producir.
Lo paradójico y desconcertante es que mientras que el ecologismo transformador ha puesto en el foco de su crítica y su denuncia al capitalismo verde, el capitalismo marrón supone una facción del capital superlativamente mayor en términos de peso económico, influencia y captura de estructuras políticas (entre ellas, los más de veinte petroestados que tienen en la exportación de combustibles fósiles, y por tanto en la producción de cambio climático, la actividad central de su PIB: Libia, Kuwait, Irak, Arabia Saudí, Congo, Qatar, Azerbaiyán, Gabón, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Guyana, Nigeria, Venezuela, Ecuador y toda una superpotencia nuclear como Rusia). Además, la defensa de este capitalismo marrón está siendo tanto una de las motivaciones fuertes del proceso de desdemocratización en curso, amén de una de las fuentes de financiación económica más importantes para las fuerzas políticas de la reacción. El capitalismo marrón es el caldo de cultivo del fascismo fósil. Sin tener en cuenta este hecho, cualquier política de alianzas que el ecologismo quiera establecer se moverá entre lo irrelevante y lo contraproducente.
Una analogía histórica inquietante: el Tercer Período de la Internacional Comunista
Para una generación que tuvimos en la izquierda millennial estadounidense, esa que floreció en los años 2018 y 2019, un referente que con el Green New Deal nos enseñó a habitar con fertilidad la tensión entre transformación y pragmatismo, resulta cuanto menos sorprendente observar su incomparecencia ante las elecciones climáticamente más decisivas de la historia con un discurso abstencionista o anti Kamala Harris. En el contexto estadounidense, creo que ese repliegue al maximalismo izquierdista debe explicarse en el marco del trauma y la desesperación del genocidio israelí en Gaza desde la certeza de que tu gobierno, al que tú votaste, es uno de los pocos actores con capacidad de parar una masacre abominable. Pero incluso en ese contexto tan difícil el colaboracionismo indirecto con la victoria de Trump, aunque comprensible en lo emocional, y la política va de afectos mucho más que de razonamientos, en lo estratégico es muy problemático. Especialmente porque en el tema que impulsa la rabia y el desengaño de la izquierda de EEUU, la opción de Trump es también mucho peor. No se puede olvidar que un criminal como Netanyahu está precisamente apostándolo todo a una victoria de Trump que dé carta blanca al supremacismo sionista para culminar la limpieza étnica que permita redefinir las fronteras de un Gran Israel con la población palestina masacrada o definitivamente expulsada de su territorio. Una tarea en la que la fractura de la base electoral demócrata le es enormemente funcional. ¿Vamos a ser siempre marionetas ante este tipo de trampas políticas que no sitúan justo allí donde somos más útiles para los planes de nuestros enemigos?
Este tipo de repliegue en el maximalismo izquierdista, en la ética de las convicciones enunciativas frente a la ética de las responsabilidades concretas, se detecta también en España. Un proceso que se solapa con el agotamiento generacional del impulso que nació con el 15M, cuyo ciclo está ya definitivamente agotado. Lo sorprendente de España es que ni siquiera con la nefasta política de vivienda del PSOE el “pueblo de coalición” puede estar experimentando nada ni remotamente parecido al trauma de la complicidad estadounidense con el genocidio palestino. En nuestro caso, el eclipse de la inteligencia estratégica de la izquierda respecto a la importancia de la hegemonía, del poder y del control del Estado responde enteramente a la dialéctica de la frustración de expectativas del ciclo anterior (en parte por nuestros propios errores) mezclada con las tensiones propias del recambio generacional en las élites de la izquierda del PSOE.
En este marco, es mucho más fácil que la izquierda minoritaria y los movimientos sociales lancen sus ataques contra el gobierno de coalición, ayudando a consolidar un clima y un imaginario popular de fracaso y desencanto, que contra las fuerzas de la derecha capturadas ideológica y discursivamente por la extrema derecha. Y que son la franquicias del trumpismo en España, preparadas y dispuestas para importar aquí los experimentos regresivos que Trump logre imponer en EEUU.
De las elecciones de EEUU a nuestro país, uno esta tentado a hacer una analogía histórica aun a sabiendas que el pensamiento analógico es siempre un poco tramposo. Pareciera que por todo occidente, tras el reflujo de la energía política que surgió en 2011, una parte de la izquierda (y el ecologismo con ella) está siendo proclive a cometer un error que cuando uno lo lee en los libros de historia le parece mentira que algo así pudiera suceder. Me refiero al llamado Tercer Periodo de la Internacional Comunista. Un momento en el que el ala radical del movimiento obrero tomó como enemigo fundamenta al ala moderada del mismo, que fue catalogada, en un error teórico de proporciones colosales, bajo la etiqueta infame de socialfascismo. Cuando el movimiento obrero en su conjunto se dio cuenta del error, y se llamaron a constituir Frentes Populares con la socialdemocracia y el liberalismo democrático, el fascismo de verdad ya había tomado el poder el Alemania, dedicándose a exterminar físicamente a toda una generación de la izquierda (moderada o radical sin distinción). Hoy en un contexto en el que la ofensiva política la llevan aquellos que no solo quieren desmantelar el espíritu de 1945 (una tarea en la que el neoliberalismo ha cosechado cuatro décadas de victorias sustanciales) sino que como el viejo fascismo aspiran a remover las conquistas de 1789, cuanto menos resulta desconcertante que el ecologismo demuestre tan poca capacidad para establecer prioridades: por ejemplo, la importancia existencial, literalmente de vida o muerte, de derrotar al capitalismo marrón, crisálida material de un fascismo fósil que ya está eclosionando por todas partes. Una batalla que seguramente nos exigirá una alianza incómoda (como toda alianza real) con esa facción del capital que hace de lo verde su campo de negocio.
Hic Sunt Dracones (dudas):
-Si bien la política climática de los EEUU es decisiva para estabilizar el clima del mundo en un espacio de seguridad compatible con la vida civilizada, por suerte no es definitiva. Como señala Adam Tooze en este magnífico chartbook, la política climática de China resulta mucho más determinante: no solo porque China supone hoy el 30% de las emisiones de la humanidad, o porque en la última década haya supuesto el 90% del incremento de las emisiones de CO2, sino también porque China lidera muchas de las innovaciones tecnológicas que pueden propiciar la reindustrialización verde de nuestros sistemas productivos. El 15º Plan Quinquenal chino, que estará vigente entre 2026 y 2030 y se formulará a principios del próximo año, va a ser definitorio para la descarbonización global de la civilización industrial. La buena noticia es que las impresionantes y masivas inversiones en energías renovables que ha conocido China en el último lustro (el doble que EEUU y la UE juntos) deja abierta la posibilidad de que el gigante asiático se encamine hacia una descarbonización rápida con un enorme efecto de arrastre planetario. La incertidumbre es que la descarbonización china resulta mucho más compleja, tanto por la escala como por su enorme dependencia del carbón. En los análisis del ecologismo hemos pecado de una tradicional ceguera eurocéntrica hacia el papel de China como protagonismo histórico que urge corregir. Y desde ahí reenfocar y releer muchos de nuestros dilemas.
-El avance espectacular de las energías renovables en un Estado como Texas, que además de tener una economía basada en el petróleo está gobernada por un republicano climáticamente escéptico, resulta muy significativo del papel que la competitividad económica de las renovables va a jugar en el proceso de transición: básicamente en los últimos diez años el avance de la eólica y la solar está haciendo desaparecer el carbón. Un síntoma positivo de que la transición, al menos en el plano del mix eléctrico, cuenta a su favor con una fuerza arrolladora en las sociedades capitalistas (el mercado) que será relativamente inmune a las interferencias de una política negacionista como la de Trump. El talón de Aquiles lo encontraremos en el transporte, los procesos industriales y la agricultura.
Fuente: https://bsky.app/profile/daniel12345.bsky.social/post/3l2su2wjabt2h
-Estoy convencido de que la dialéctica del “cuanto peor, mejor”, que tuvo un enorme ascendente en los imaginarios radicales del siglo XX y cierta responsabilidad en su fracaso, participa de una mitología errada sobre los cambios sociales. Sin embargo, es necesario reconocer también que la ola del clima del año 2019 tuvo su génesis, en parte, en la reacción ante la victoria de Trump. En su ataque sin precedentes a la infraestructuras e instituciones estadounidenses relacionadas con la investigación y la regulación de problemas ecológicos, Trump generó una respuesta de la ciencia norteamericana que alineó con ella a una parte significativa de la comunidad científica internacional. La imagen de la ciencia rompiendo su tradicional neutralidad política, haciendo llamados a reformas sistémicas de gran envergadura, y además viéndose perseguida por el extremismo de derechas en el gobierno del país más poderoso del mundo, resultó un potente impulsor para la ampliación de la significación política del cambio climático. Influyó directamente en algunos de los líderes fundamentales de la nueva oleada de movilización, como Greta Thunberg. Y ofreció a este ciclo de movilización una demanda muy transversal que escapaba de los marcos clásicos de polarización antagonista y podía despertar aceptación en amplias capas de la población: “políticos, escuchen a la ciencia”. ¿Puede un segundo mandato de Trump activar el tipo de movilización climática que necesitamos? Quizá esta especie de movimientos pendulares son insuperables (lo que no signifique que escondan una resolución positiva). Pero lo trágico es que la política climática es diferente, porque no tenemos tiempo para el margen de error.
-Leí en BlueSky que muchos activistas de la izquierda estadounidense están votando a Kamala Harris, pero lo hacen en secreto, en privado, sin hacer campaña, sin manifestarlo públicamente, con vergüenza. Por tanto, sin contribuir con toda su capacidad a un proceso político colectivo. Creo que es un rasgo sociológico interesante para pensar en un tema importante al que nunca dedicamos tiempo: la personalidad activista y el tipo de psicología colectiva de la que es dependiente, algo que tiene efectos políticos notables en las organizaciones sociales. Lo siguiente no es ni siquiera una hipótesis (no tengo ni idea de psicología), sino una reflexión en bruto desde mi propia experiencia de 25 años de activismo organizado: el reconocimiento externo de una autoproyección moral íntegra es uno de los pocos placeres compensatorios para un tipo de actividad, como la militancia, que tiene costes personales altos y muy pocas recompensas reales. Esto hace que en esa tensión weberiana entre la ética de la responsabilidad y la ética de las convicciones el mundo activista se incline, por defecto, hacia la enunciación de sus convicciones abstractas como gesto que tuviese algún valor político en sí mismo. Especialmente en momentos de reflujo de la iniciativa popular. Este desbalance, que en ocasiones roza el puro narcisismo colectivo, se intensifica cuando los espacios de discusión política están capturados por las redes sociales, con sus algoritmos de competencia publicitaria entre marcas personales. Probablemente esta sea una condición antropológica de nuestra era que no podemos impugnar ni superar. Pero conviene tenerla en cuenta, y en la medida de lo posible, ir generando una cultura política que sea menos rehén de nuestras necesidades de autosatisfacción moral compensatoria.
Rutas para seguir explorando (recopilación de referencias y otros enlaces de interés):
El último numero de Corriente Cálida, íntegramente dedicado al auge de los ecofascismos (Fascismo en un solo planeta) es una auténtica maravilla: https://corrientecalida.com/producto/fascismo-en-un-solo-planeta/
Este texto de Alberto Toscano sobre fascismo tardío, que explora la obsolescencia de las tesis materialistas clásicas para explicar el nuevo auge de la extrema derecha, tesis que ya fueron problemáticas en los años treinta pero que ahora carecen de sentido pues no hay ninguna amenaza revolucionaria real (y por tanto la burguesía no tiene que usar el fascismo para defenderse de nada) me ha parecido extraordinario:
https://www.historicalmaterialism.org/notes-on-late-fascism/
Para hacer un seguimiento detallado de la política climática en EEUU y China, dos fuentes fundamentales, la página web Carbon Brief y el boletín de substack de Adam Tooze
https://www.carbonbrief.org/